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Ideología de campos y los límites de la socialdemocracia en Colombia

La izquierda colombiana se ha caracterizado por sus divisiones internas. Si bien es cierto que el Pacto Histórico ha replanteado la necesidad de unificación de la izquierda, otras voces como la de Jorge Robledo parece seguir insistiendo en un proyecto de izquierda independiente. Quien alguna vez habría sido uno de los principales representantes de la oposición de izquierda contra el neoliberalismo terminó, sin embargo, unido a un neoliberal como Fajardo y, más aún, con un proyecto político que carece por completo de un horizonte ideológico claro.



A diferencia de lo que podría pensar el centro político y algunos sectores absolutamente despolitizados de la esfera pública colombiana, la falta de un horizonte ideológico no significa mayor sensatez, sino que demuestra impotencia política, incapacidad de estar a la altura de las necesidades históricas objetivas y de las formas de hacerle frente. La crítica de Robledo al neoliberalismo ha sido uno de los elementos fundamentales de su discurso. Ya en su momento había criticado el apoyo manifestado por Gustavo Petro a Juan Manuel Santos con ocasión del proceso de paz. De la misma manera, y como fue explícito en la conformación de la coalición “Centro esperanza”, Robledo no estaba dispuesto a apoyar a Alejandro Gaviria justamente por la misma razón.




Desde antes de la posesión de Gustavo Petro, Robledo había expresado el supuesto desinterés del actual mandatario por la renegociación de algunos términos del TLC. Sus críticas al proceso de transición energética propuesto por el actual gobierno, así como a la política de extracción de petróleo y a la reforma tributaria, han sido los principales blancos de Jorge Robledo. Y hablar con hechos se ha vuelto parte de un eslogan que se repite con una constancia casi obsesiva. Pero sus críticas no parecen tener ningún objetivo político a la vista.




Esta falta de objetivo político concreto concuerda con una configuración política del escenario colombiano alrededor de la opinión pública que conecta políticos técnicos, medios de comunicación acríticos y burócratas. Lo común en todos ellos es la forma técnica y administrada en la que se manifiesta el lenguaje dentro del escenario público. Aparentemente quieren mostrarse interesados por el bienestar general. Saben supuestamente dónde está la verdad y en qué lugar se debe escudriñar.


Toman fuerza discursos que pretenden ser críticos y agudos, pero que no terminan más que dando una muestra de la incapacidad de comprender las necesidades históricas de la sociedad colombiana. Robledo afirma que seguirá luchando, pero no aclara para qué, cuál es su representación de un país en cambio (https://twitter.com/JERobledo/status/1561790883330236416?t=XbxqnblDTZmvbMi1srDlsg&s=19). Cuando el Polo Democrático decidió no apoyar a Juan Manuel Santos para el proceso de paz ¿Cuál era para ese momento la alternativa? ¿Qué debía hacerse? Incluso frente a las decisiones que debe tomarse frente al cambio climático, si bien es cierto que se trata de un problema global y que Colombia no emite suficientes gases invernadero como para que su cambio energético sea significativo respecto del resto del mundo, es necesario mirar más de cerca en qué medida la exportación de hidrocarburos a otros países aporta al calentamiento global.



La crítica debería considerar la dimensión de las relaciones de intercambio en las sociedades actuales y no la consideración de Colombia como realidad aislada. En el mismo sentido afirma Robledo que los TLC “obligan a Colombia especializarse en ser una economía extractivista” y que mientras no exista un desarrollo del agro y de la industria no podría darse un cambio en esa economía. Sin lugar a dudas tiene razón. No obstante, habría que explicar primero en qué sentido obligan los TLC a dicha especialización y por qué países como Colombia han demostrado un retraso en los procesos de industrialización respecto de otras partes del mundo.



El Político Jorge Enrique Robledo aparece inquieto respecto de la reforma tributaria presentada por el actual gobierno. De allí, su afán por realizar una pedagogía que “facilite la comprensión” sobre el fracking. Su acusación al nuevo gobierno consiste en reprochar que el modelo de transición a nuevas energías hará saltar en pedazos toda la producción actualmente establecida. A esto lo llama a este tipo de proceder un “salto al vacío” respecto al cambio.





La preocupación por la mitigación este mal en la sociedad no permite claridades respecto de los fines a los que apunta, pues el lenguaje diluye cualquier interés particular. Resulta paradójico que el partido político Dignidad tome como ejemplo la transición seria y planeada a las nuevas energías por parte de Estados Unidos. Paradójico en tanto terminan por reconciliar antagonismos que siempre han creído criticar.


De nuevo, sus explicaciones y críticas están a medias y lo que falta es justamente aquellos elementos que permitan pensar en la posibilidad de un país diferente. Al carecer de esto, aquellos miembros de la sociedad comprometidos con un cambio en el país no pueden ver dicha oportunidad en el marco de un proyecto tan pobre como el que representa Dignidad. La pregunta que salta a la vista, entonces, es: ¿Cuándo se habla de cambio, a qué forma de cambio se refieren? Parece que desde esta perspectiva se apunta a un paulatino desplazamiento y reorganización de los poderes e intereses del mercado. De esta manera, la transición podría denominarse segura y razonable. Es decir, un cambio que no logre radicalmente modificar los fundamentos particulares sobre los que se mantiene actualmente la sociedad colombiana.



Jorge Robledo ha pretendido conformar su movimiento Dignidad como una especie de vanguardia que habla con hechos, con capacidad para realizar pedagogía tributaria y, sin embargo, que desconoce absolutamente las necesidades históricas a las que se enfrenta el país, así como a los reclamos populares. Su insistencia en los hechos no oculta su ceguera ideológica. En diversas ocasiones, por ejemplo, ha denunciado el matoneo en redes sociales.


Sin embargo, ¿no cabe la posibilidad de que haya algo de cierto en estos reclamos en redes sociales? ¿No será que se le está reclamando estar a la altura de los retos políticos que se imponen en la historia contemporánea de Colombia? Ya los límites de este carácter vanguardista que asumen los movimientos de izquierda habían sido advertidos por Alexander Kluge y Oskar Negt cuando se referían a las ideologías de campos. Los campos se suponen como movimientos abstraídos de la totalidad social o, para usar su expresión, como “sociedades dentro de sociedades”. Son movimientos sociales que se dan por satisfechos con ciertas convicciones incapaces de acomodarse y enfrentarse a luchas políticas concretas, a convertir el saber técnico sobre los hechos como la fuente única del horizonte de un movimiento sin aclarar, entonces, en qué medida la representación y participación de las masas es aclarada en términos ideológicos y de sus fines políticos concretos.



De la misma manera tampoco es capaz de aclararse la relación que se tendría con los movimientos y partidos políticos de las élites políticas y, en nuestro caso, de la derecha colombiana. La consecuencia es que no es capaz de superar aquello que se proponía transformar. Aquí ya no existe una tensión real, política, entre la expresión de los intereses mercantiles y los intereses de los ciudadanos, sino sólo una fachada que intenta salvar la realidad insoportable sobre la que se sostiene.



Una vez más, muestra de ello son las expresiones objetivas del lenguaje en el discurso de Robledo. Se habla de costos y beneficios, de negocios seguros, de amenaza a la producción y de una necesidad por generar riqueza. De lo contrario, se amenazaría el bienestar de millones de colombianos. Sin embargo, el contenido de verdad en sus expresiones queda diluido, no tanto porque sea falso aquello a lo que apelan, sino porque hoy puede reconocerse abiertamente que lo importante es la necesidad de valorizar el propio capital. Todo esto supone una política que se piensa a sí misma por fuera de las determinaciones históricas y de las formas en que se ha gobernado a la población colombiana.



La experiencia proletaria en Colombia en los últimos años ha reaccionado ante la miseria a la que la ha sumido la derecha, pero al mismo tiempo se debe reconocer el rol histórico de la derecha en los procesos de formación de la conciencia política. En ese sentido, es cierto que la izquierda debe permanecer crítica frente a las acciones de la derecha, pero esa crítica no se hace abstrayéndose de esa historia, desdeñando y descalificando esto como algo que conduciría inmediatamente a una traición, sino justamente al replantearse la cuestión en términos estratégico-ideológicos de forma tal que, por un lado, se mantenga la posibilidad de deliberación sobre los asuntos generales al interior de las esfera pública que está conformada por las clases más desprotegidas y vulnerables del país y, al mismo tiempo, la posibilidad de recurrir estratégicamente a elementos de la esfera pública burguesa con el fin de que las fuerzas más conservadoras del país no conduzcan a la barbarie.


Si no son claros estos objetivos, aquella vanguardia dejará el paso libre a que esos eventos se repitan sin saber cómo enfrentarlos y de qué medios disponer para contrarrestarlos. Para decirlo con Kluge y Negt: un movimiento que se entiende a sí mismo como un campo, como una sociedad distinta a la sociedad circundante, es incapaz justamente de enfrentar aquello que declara como su enemigo: el fascismo. Y muchas veces, sin darse cuenta cómo, por qué y en qué momento, terminan sirviendo más a los intereses de la contrarrevolución que a los intereses de la emancipación de la humanidad.


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